NUESTRAS ENTREVISTAS
TRANSCRIPCIÓN POR DRINA FLORES
Nota: Se mantuvo la escritura de la época y no se realizó ningún cambio durante la transcripción del artículo.
“EN EL INTERIOR DE LAS ALMAS, EN ESTE MOMENTO, HISPANOAMERICA ES UNA GRAN SOLA PATRIA INDIVISIBLE”
Diario de la Marina, 13 de marzo de 1928
Tristán Maroff, el conocido literato hispanoamericano, nos honró con su visita y, por la boca de Miguel A. Asturias, nos habla de sus idealismos, de su destierro y sufrimientos.
Hoy hemos recibido en nuestra redacción la visita de Tristán Maroff, literato hispanoamericano muy conocido en nuestros círculos intelectuales por sus libros “Suetonio Pimienta”, “La Justicia del Inca” y “El Ingenuo Continente Americano”, que llega del Perú después de una cinematográfica y novelesca fuga del destierro a que se le había confinado en los desiertos de Bolivia.
A título de información dejamos la palabra al señor Maroff quien nos cuenta, con la vivacidad y color que caracteriza su charla, los días de su destierro, la fuga y los acontecimientos que precedieron a éstos. Nuestros lectores recuerdan acaso, los acontecimientos revolucionarios de Bolivia acaecidos recientemente. Y a Maroff la palabra:
—Yo llegué a Bolivia con las mejores intenciones ideológicas. Vi de cerca los dolores de los indios en mi país. Dos millones de bolivianos analfabetos y sometidos a trabajos denigrantes en las minas mal pagados, con un salario ínfimo, y con la muerte que atisba a cada minuto sobre sus espaldas. Decidir organizar con otros intelectuales un partido que reivindicase sus derechos dentro de las normas honestas. Mi propaganda fué esencialmente económica y el pueblo y la juventud comprendió en seguida mi propósito y mis sentimientos. Grandes masas de pueblo nos recibieron en todas partes y fundamos con el entusiasmo varios órganos de prensa de combate. El gobierno no miró con recelo esta actitud en el primer instante. Al contrario, nos ayudó. Pero viendo que nosotros crecíamos y que sus filas políticas mermaban, decidió dislocarnos.
—¿Y qué siguió de esta aventura? —preguntamos a Maroff, que vuelve del destierro a que fué enviado con negra barba de fakir. En París le habíamos conocido rasurado e inglés. Buenos tiempos aquellos en que al gris de las calles del Barrio Latino nos paseábamos soñando en las necesarias rectificaciones que se imponían en nuestra América, las medidas que urge tomar para lograr conservar nuestra íntegra existencia.
—Lo que pasa a los hombres de Latino América en esta hora gris, mi querido amigo. Un destino nos está marcado. El gobierno de Siles, después de ofrecerme el Consulado General en Londres, me tomó preso y me confinó a un lugar mortífero. Decenas de muchachos valientes han tenido la misma suerte. Abraham Valdés escritor recio y místico; Oscar Cerruto el poeta vanguardista cuyo verbo es de fuego; Natusch Velasco, Illanes Solís profesor Chumacero, presidente de la Federación y tantos otros… Muchos siguen aun confinados. Esto no debe sorprendernos. Los que luchamos por algo muy elevado y somos convencidos, no nos asustamos de la muerte misma.
—¿Y usted fué tomado preso en La Paz?
—Sí, en el mes de julio del año pasado, el trece de julio. Fué toda una comedia y la hizo el intendente Ruiz por orden de Siles. De acuerdo con la policía y con el fin de perderme se dieron al mundo las más alarmantes noticias telegráficas sin fundamento todas. Naturalmente, de esto me he enterado a mi salida de Bolivia, pues antes no sabía sino que estaba preso por orden superior, por creérseme complicado en el movimiento revolucionario a que ya hice alusión. La orden superior es en Bolivia algo así como la mano muerta de la Edad Media. Capturado que fuí, se me llevó a la Cárcel de San Pedro junto con otros amigos y compañeros. Se nos sometió a un régimen riguroso de intercomunicación para privarnos de la defensa. Y la comida era mala. Y las noches eternas. El alcalde metía las manos en los platos para enterarse de si iban allí noticias de mi familia y acaso, acaso con la intención de envenenarme. Un día se produjo una especie de motín y trataron de fusilarme. El intendente Ruiz dijo que nosotros habíamos querido sublevar a los soldados para fugarnos e intentar un nuevo movimiento. Después de varios meses de prisión, sin proceso legal ninguno, naturalmente el Gobierno, para dar a aquella situación un cauce legal, me confinó, so-pretexto de jefe de la revolución.
Mi confinamiento se hizo con lujo de fuerzas militares Salí de la cárcel en un camión, entre un paquete de soldados al mando de un teniente a las cinco de la mañana. Yo, al principio, creí que me iban a fusilar; tanto se había hablado y dicho de mi tremenda culpabilidad que, aunque le parezca cómico sin ser culpable ya me parecía que lo era.
—Y ¿a dónde le desterraban?
—A más de cien leguas de La Paz, una provincia llamada Caupolican, malsana y poblada de selvas vírgenes, donde no es posible ponerse en comunicación con el resto de los humanos, ni posible intentar la fuga porque acechan los elementos que a estas alturas parecen atraer hacia ellos todos el terror del mundo.
—Y ¿cómo logró fugarse?
—Valiéndome de una estratagema. Entre la muerte en aquel sitio y la fuga, que ya era un intento y una esperanza de vida con todos sus peligros, preferí la fuga: echarme a andar a pie por sitios donde no había camino hasta alcanzar la frontera peruana. Anduve ocho días seguidos, y aquí debo contarle que a pesar de mi calidad de prófugo, el paisaje y la soledad de aquellos sitios era tan grande que a ratos me abstraía y figuraba que estaba en un paseo en un sueño no sé…
—Y llegó al Perú…
—Donde debo decir que me acogieron efusivamente, dándome prueba de la solidaridad americana que día a día se hace más tangible en nuestro Continente. En el Perú me reuní con los intelectuales y en el teatro de Arequipa di una conferencia sobre temas literarios.
—¿De qué habló usted?
—De Gandhi.
—Y, ¿a qué viene a la Habana?...
—De paso para Méjico. Es la primera vez que estoy en la Habana y me parece una ciudad bellísima, bulliciosa y con el ambiente acogedor que caracteriza las ciudades de origen español. Antes de venir a Cuba, naturalmente conocía sus grandes hombres que son, algunos, de los más grades de nuestra América. De joven leí y releí a Martí, educándome en sus enseñanzas republicanas. Ahora que estoy en la Habana siento mejor algo que hasta aquí no había pasado de ser en mí un presentimiento: siento que Hispano América es una gran sola patria, indivisible; al menos en el interior de las almas en este momento; después de ellos estamos seguros lo será de hecho. Todos los hispanoamericanos tienen el deber de hacerlo dándole lugar primero a los postulados económicos que son los que deben normar nuestra vida por necesidad imperiosa de estos tiempos, más que nuestro gusto.
Damos para concluir una ligera impresión de los libros de Maroff. “Suetonio Pimiento”, nos muestra en este libro el lado ridículo de los personajes de nuestro continente, que alcanzan situaciones ridículas en Europa gracias a su vanidad. “El Ingenuo Continente Americano”, es un libro de evocación, cáustico y, como todos los de Maroff, escrito de manera bellísima, pero con ese acento que nos atrevemos a llamar inglés breve en las más adheridas concepciones. “La Justicia del Inca” es un estudio económico de los problemas bolivianos quizá el libro que ha escrito con más fe. Los otros son libros donde el dolor toma la careta del humorista, y este último un libro donde las palabras han señalado y sufrido el peso de la reflexión que ve delante de sí más que todo lo económico.
MIGUEL ANGEL ASTURIAS
La Habana.
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