domingo, 6 de junio de 2021

Sexo, hegemonía y cultura en Bolivia: Un análisis inconcluso de Paredes Candia

Sexo, hegemonía y cultura en Bolivia: Un análisis inconcluso de Paredes Candia.
Por Oscar Cordova Sanchez
La bibliografia es muy escasa en relación a la trascendencia histórica que tuvieron aquellas primeras mujeres que desarrollaban el comercio con su cuerpo y labia. No es difícil asimilar que hasta ahora para muchos sigue siendo un tabú y que mejor se debería dar rienda suelta a la imaginación colectiva sobre los pecados de aquellos hombres que saciaron su sed. Hasta ahora existe un libro, de una serie de diez títulos que nunca fueron publicados, que marcó una línea para develar los orígenes de la prostitución en nuestro país.
Publicado en 1998, el título del primer fasciculo es llamativo. "De Rameras, Burdeles y Proxenetas. Historia y tradición", publicado por Ediciones Isla, aquella casa editorial que publicaba títulos y estudios más que sugerentes. La dedicatoria era para aquellas "hadas madrinas que tomaban en belleza la tosquedad del existir". Este primer capitulo, ordenado cronológicamente, sería la primera serie de la colección "La Vida Galante del País", que incluia otros títulos como: “Diplomáticos que dejaron historia sexual”, “Pequeñas biografías de bujarrones célebres” o “Picardías y curiosidades sexuales”. Así, truncado sólo en el primer fasciculo que ahora abordaremos, Paredes Candia hubiera publicado una aproximación casi completa de la historia sexual en las calles de nuestro país. 
El libro está dividido en dos partes: El primero es un recuento cronológico del desarrollo de la prostitución en Potosí, Sucre y La Paz, otorgando más cabida a esta última por tener varias zonas donde funcionaron estos negocios de intercambio sexual; el segundo, describe las leyes, reglamentos y los nombres vulgares con que se señalaban a aquellas mujeres.
En la época de esplendor, Potosí, entre el siglo XVII y XVIII, muchas mujeres españolas y mestizas se dedicaban al negocio y como crecía de poco a poco, fue frecuentado por potentados, nobles y gente de toda estirpe social, siendo los oficios más solicitados; y con el paso del tiempo censurada por imposiciones eclesiásticas. Entre los escritos de ese tiempo, se encuentran los de Jimenez de Espada y Bartolome Arzans de Orsua y Vela. 
En relación a la ciudad Sucre, antigua Charcas, se tiene los inicios de la prostitución de manera más precisa. Paredes menciona a Jose Antonio Del Busto Duthulburu, donde refiere este acontecimiento: "Las busconas o rameras pueden tener su principio con Juana Hernandez... pero pruebas más fehacientes señalan a Maria del Toledo, que ejercía la prostitución en la Villa de la Plata (Sucre)". Pero todo el.contexto general y de búsqueda histórica de la prostitución se inicia en los albores del siglo XX, con el arribo de las chilenas al país. Tristán Marof hace una síntesis del ingreso de las chilenas a Sucre: "Por ese tiempo llegaron a Sucre por primera vez, unas mujeres chilenas y pusieron un burdel. El escándalo en la sociedad fue mayúscula, pues su conservantismo era rígido y cerrado". Paredes da a conocer que ellas venían por el buen camino económico que nuestro país tenía en la época liberal. Con el pasar de los años y ante una invasión carnal hacia los jóvenes sucrenses, damas católicas, sectores conservadores y eclesiásticos lograron la clausura de la “Casa de las Niñas”, burdel fundado por las damas chilenas. En su caso, migraron a la ciudad de Oruro y, posteriormente, se volverían a reinaugurar varios burdeles, después de la Guerra del Chaco. 
En cuanto al contexto histórico de la ciudad de La Paz, Paredes realiza una labor dedicada y con mucha abundancia de nombres, lugares y personajes que coadyuvaron a la aparición de estos centros de lujuria y placer. El inicio de la prostitución en La Paz se inicia en los años 70 del siglo XIX, algo tardío en comparación con otras ciudades. Este fenómeno se caracteriza por la llegada de damas peruanas. Su lugar de acogida, “La Casa de las Limeñas”, ubicada en la actual calle Colombia, fue el primer prostíbulo conocido y diseñado para una estética de clase internacional. Con el tiempo, la casa se fue vaciando, ya que muchas damas encontraban el abrazo de algún galán que las sacaba de tal lugar y oficio. Manuela Arteaga, dueña del inmueble, al ver que nadie quería alquilar tal lugar, lo puso en venta para el año 1875. Algunas peruanas que tuvieron la misma suerte que sus compañeras, deambulaban por la ciudad encontrando al barrio de Chijini como un lugar propicio para volver a ejercer su oficio. Fue en este paso al siglo XX donde Chijini adquirio popularidad por la marginalidad de sus habitantes y sus damas que adquieron el hábito del baile y la bebida constante. 
Ya entrado los primeros años del siglo XX, Ismael Montes, siendo presidente de la República, quería crear al estilo extranjero un burdel elegante para los hijos de la alta alcurnia paceña, delegando a un ministro trajo a varias damas chilenas y se instalaron en una casa antigua localizada en la calle Sucre, a la altura de la calle Jaén. “La Torre de Oro”, que era así conocida, era frecuentado por políticos y que, la lengua popular, señalaba al presidente asistir para beber champagne hasta altas horas de la noche. Con el tiempo, se fue denominando a cualquier mujer de 'vida airada' con el titulo de 'chilena'. En cuanto a las clases medias y bajas, se inauguraron nuevos locales por el famoso callejón Conde-Huyo. Al decir de Paredes, menciona que 'estaba llena de tiendas de abarrotes y algunas bodegas de ínfima categoría'. A esto se sumaba los burdeles de prostituas que se les llamaba 'peseteras', por el pago de la sesión, que era ochenta centavos o una peseta. Estas damas se distinguían de otras por portar un pañuelo rojo en la cabeza. Entre las más conocidas estaban la negra Betún Kunca, la Chava Rosa, la Carmen Rosa o la Mokha Elena. Otro caso fue el de las mutinchas, que eran mujeres de alta categoría, entre sus clientes estaban ministros y presidentes como David Toro o Enrique Peñaranda. Tanto fue su fama que escritores como Carlos Medinaceli escribieran para la clausura definitiva de la calle, que lo primordial era la amenaza venerea y “extirpar de raíz esta clase de negocios ilícitos que comerciando con personas en forma asquerosa e antihigienica, van propagando diferentes enfermedades sexuales”. 
Más aún, después de varios intentos de clausurar estos espacios, sólo fue ejecutado cuando remodelaron la plaza Alonso de Mendoza. Entre otras calles y damas se describe la calle Coroico, con el burdel de “La Blanca y El Lejano Amor”, frecuentado por prostitutas, homosexuales y lesbianas, regentado por el kjumu Aramayo; la calle Uchumayo, con la casa de citas de “La Negra Victorina”; la calle Castro, con las consentidoras, que eran aquellas mujeres que aceptaban que su casa sea el lugar de encuentro sexuales; la calle Sajama, con sus burdeles en toda la calle y sus damas como Mamá Grande o la Tuerta Pastora. Entre todas se menciona al callejón Topater, que tenía dos famosos prostíbulos, que eran, en ese momento, los más conocidos por la cofradía paceña. Uno de estos fue dirigido por la chilena Ana Ramirez, quien daba instrucciones y lecciones a sus nuevas empleadas, para dar una forma más placentera al sexo opuesto. Paredes menciona que tenía un amante de fina categoría política y literaria; ese fue "Augusto Céspedes, el famoso y admirado 'Chueco' Céspedes, escritor boliviano de fama internacional". Con toda la diversión, fama y codicia los prostíbulos tenía a su manera su fama por características singulares. Pero también, las damas cumplieron un rol durante los tiempos bélicos: es el caso de la Guerra del Chaco.
En los primeros meses, los militares abusaban o violaban a varias mujeres de diferentes etnias, entre ellas los matacos, chulupis o tobas. Pero, por los contagios con enfermedades venereas, el gobierno de Daniel Salamanca ordenó llevar al Chaco a mujeres que ejercían su labor sexual. Se crearon tres regimientos de prostitutas: Luna, para oficiales y subtenientes; Terán, para suboficiales, sargentos y cabos; y Cabo Juan, para la tropa en general. En Villamontes, se creó La Casa Blanca, donde la Marihui, la más deseada por la tropa, sólo daba su cuerpo a aviadores o la Mis Chawaya que daba servicio a suboficiales y grados superiores. También fue famosa “La Trimotor”, cuya habilidad era saciar los deseos sexuales con tres hombres a la vez. Fue en esta época donde se operó el comercio sexual de manera elevada. Con el pasar de los años, se añadían diferentes reglamentos, Casa de la Tolerancia o Prostitución, donde se especifica el control higiénico de estas damas y sus sanciones correspondientes si adquirían alguna venerea. Paredes nos muestra otra historia oculta de nuestro país, aquella que todavía sigue sin terminar de tejer y que es momento de abarcar estos momentos que todavía siguen un curso disperso.

miércoles, 2 de junio de 2021

LA TOS Y EL CATARRO: UNA PAREJA ENTRE LA MARGINALIDAD Y EL AMOR

La Tos y El Catarro: Una pareja entre la marginalidad y el amor.
Dos años después de la Guerra del Chaco, nuevas actividades político-sociales fueron introducidas para el futuro del país. Estos fueron incentivados mayormente por aquellos que retornaban del Chaco. La gran mayoría de los soldados del Chaco, regresaban con una serie de enfermedades y síntomas crónicos, mayormente trastornos mentales causados por los sucesos producidos en la guerra; combates, muerte y más que todo los traumas por la “sed”. En este ámbito, en nuestra ciudad, apareció la indiferencia de mucha gente, hacia aquellos que defendieron la patria, dejando crecer la mendicidad entre aquellos soldados que por vicisitudes de la vida no lograron prosperar retornando a su tierra. Un claro ejemplo, en la total miseria, pobreza y abandono, fue la pareja llamada por el ciudadano paceño, como “La Tos y El Catarro”. “El Catarro”, un ex soldado, deambulaba la ciudad con su gorra y sus trapos harapientos junto a “La Tos”, una mujer canosa, con los cabellos erizados y confinada a la eterna compañía de su pareja. Ambos compartían el anonimato; nadie conocía sus verdaderas identidades… ni cómo desaparecieron de nuestra ciudad. Tenían por nombre síntomas de alguna infección respiratoria. El populacho bautizó a aquella pareja como síndrome de inestabilidad, irritación e indiferencia. Pues, ambos, estaban enfermos… de la mente, del corazón y el anonimato. Solían tener peleas y discusiones que llegaban a los golpes en plena calle. Pero la singularidad que, además, compartían era la pasión carnal y sentimental que no impidió que besos y golpes se fusionaran para formar un lazo eterno. Para lograr sobrevivir en esta ciudad, se dedicaban al oficio de "vendecositas", donde lograban tener sus clientes ocasionales para venderles alguna aguja o hilos de seda. Centavo a centavo fueron recolectando y daba como recompensa a obtener un pedazo de pan o alguna bebida. Ella, “La Tos”, demostraba su estética femenina aún en la mendicidad que se encontraba: sombrero de ala ancha, una lata como simulación de una cartera y un exorbitante brillo facial extraído de flores encontradas en plazas y jardines. Él, “El Catarro”, cada vez que caminaba, encontraba las colillas usadas y las empezaba a fumar suponiendo que con esa acción compensaría su adicción al cigarro. Ambos eran vistos frecuentemente en la Av. Buenos Aires caminando hasta la iglesia de San Francisco con normalidad, soltura y determinación; admirados los peatones por el paso de los años de esta pareja, que seguía agarrándose a golpes y a besos al mismo tiempo. Pronto la prensa recogió sus impresiones sobre “La Tos y El Catarro”, formando parte de aquella galería de personajes suburbanos de nuestra ciudad en sus épocas añejas. La cultura popular de la ciudad, con el paso de los años, recogió y heredó la tradición de inferir como insulto a las parejas que sufren de discusiones, desconfianza y desamor con el denominativo de “La Tos y El Catarro”. Nadie, como es común en aquellos seres desamparados y en total abandono, supo si “La Tos y El Catarro” accedieron a su cura mental. Ya que es, por ambición suponer, imposible curar la locura por amor y obsesión a la vez. Esta pareja sacada del cofre de recuerdos nos muestra un poco más de la idiosincrasia de nuestra gente, con personas que mal o bien sean bienvenidas al mundo. Su condición no fue para generar empatía, sino para envolver en un círculo vicioso la estática mental de generar apodos en aquellos seres que tejen la tradición paceña desde décadas atrás. “La Tos y El Catarro” supieron manejar su amor y cómo sobrevivir con ella. Más aún, al día de hoy, nuestra población tiende a adoptar nuevos personajes de la ciudad por su diferencia mental, social o económica. Más aún si están en la vía marginal... Por Oscar Cordova Sanchez

La Biblioteca Perdida de Julio Mendez

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