La bibliografia es muy escasa en relación a la trascendencia histórica que
tuvieron aquellas primeras mujeres que desarrollaban el comercio con su cuerpo y
labia. No es difícil asimilar que hasta ahora para muchos sigue siendo un tabú y
que mejor se debería dar rienda suelta a la imaginación colectiva sobre los
pecados de aquellos hombres que saciaron su sed. Hasta ahora existe un libro, de
una serie de diez títulos que nunca fueron publicados, que marcó una línea para
develar los orígenes de la prostitución en nuestro país.
Publicado en 1998, el
título del primer fasciculo es llamativo. "De Rameras, Burdeles y Proxenetas.
Historia y tradición", publicado por Ediciones Isla, aquella casa editorial que
publicaba títulos y estudios más que sugerentes. La dedicatoria era para
aquellas "hadas madrinas que tomaban en belleza la tosquedad del existir". Este
primer capitulo, ordenado cronológicamente, sería la primera serie de la
colección "La Vida Galante del País", que incluia otros títulos como:
“Diplomáticos que dejaron historia sexual”, “Pequeñas biografías de bujarrones
célebres” o “Picardías y curiosidades sexuales”. Así, truncado sólo en el primer
fasciculo que ahora abordaremos, Paredes Candia hubiera publicado una
aproximación casi completa de la historia sexual en las calles de nuestro país.
El libro está dividido en dos partes: El primero es un recuento cronológico del
desarrollo de la prostitución en Potosí, Sucre y La Paz, otorgando más cabida a
esta última por tener varias zonas donde funcionaron estos negocios de
intercambio sexual; el segundo, describe las leyes, reglamentos y los nombres
vulgares con que se señalaban a aquellas mujeres.
En la época de esplendor, Potosí, entre el siglo XVII y XVIII, muchas mujeres
españolas y mestizas se dedicaban al negocio y como crecía de poco a poco, fue
frecuentado por potentados, nobles y gente de toda estirpe social, siendo los
oficios más solicitados; y con el paso del tiempo censurada por imposiciones
eclesiásticas. Entre los escritos de ese tiempo, se encuentran los de Jimenez de
Espada y Bartolome Arzans de Orsua y Vela.
En relación a la ciudad Sucre,
antigua Charcas, se tiene los inicios de la prostitución de manera más precisa.
Paredes menciona a Jose Antonio Del Busto Duthulburu, donde refiere este
acontecimiento: "Las busconas o rameras pueden tener su principio con Juana
Hernandez... pero pruebas más fehacientes señalan a Maria del Toledo, que
ejercía la prostitución en la Villa de la Plata (Sucre)". Pero todo el.contexto
general y de búsqueda histórica de la prostitución se inicia en los albores del
siglo XX, con el arribo de las chilenas al país. Tristán Marof hace una síntesis
del ingreso de las chilenas a Sucre: "Por ese tiempo llegaron a Sucre por
primera vez, unas mujeres chilenas y pusieron un burdel. El escándalo en la
sociedad fue mayúscula, pues su conservantismo era rígido y cerrado". Paredes da
a conocer que ellas venían por el buen camino económico que nuestro país tenía
en la época liberal. Con el pasar de los años y ante una invasión carnal hacia
los jóvenes sucrenses, damas católicas, sectores conservadores y eclesiásticos
lograron la clausura de la “Casa de las Niñas”, burdel fundado por las damas
chilenas. En su caso, migraron a la ciudad de Oruro y, posteriormente, se
volverían a reinaugurar varios burdeles, después de la Guerra del Chaco.
En
cuanto al contexto histórico de la ciudad de La Paz, Paredes realiza una labor
dedicada y con mucha abundancia de nombres, lugares y personajes que coadyuvaron
a la aparición de estos centros de lujuria y placer. El inicio de la
prostitución en La Paz se inicia en los años 70 del siglo XIX, algo tardío en
comparación con otras ciudades. Este fenómeno se caracteriza por la llegada de
damas peruanas. Su lugar de acogida, “La Casa de las Limeñas”, ubicada en la
actual calle Colombia, fue el primer prostíbulo conocido y diseñado para una
estética de clase internacional. Con el tiempo, la casa se fue vaciando, ya que
muchas damas encontraban el abrazo de algún galán que las sacaba de tal lugar y
oficio. Manuela Arteaga, dueña del inmueble, al ver que nadie quería alquilar
tal lugar, lo puso en venta para el año 1875. Algunas peruanas que tuvieron la
misma suerte que sus compañeras, deambulaban por la ciudad encontrando al barrio
de Chijini como un lugar propicio para volver a ejercer su oficio. Fue en este
paso al siglo XX donde Chijini adquirio popularidad por la marginalidad de sus
habitantes y sus damas que adquieron el hábito del baile y la bebida constante.
Ya entrado los primeros años del siglo XX, Ismael Montes, siendo presidente de
la República, quería crear al estilo extranjero un burdel elegante para los
hijos de la alta alcurnia paceña, delegando a un ministro trajo a varias damas
chilenas y se instalaron en una casa antigua localizada en la calle Sucre, a la
altura de la calle Jaén. “La Torre de Oro”, que era así conocida, era
frecuentado por políticos y que, la lengua popular, señalaba al presidente
asistir para beber champagne hasta altas horas de la noche. Con el tiempo, se
fue denominando a cualquier mujer de 'vida airada' con el titulo de 'chilena'.
En cuanto a las clases medias y bajas, se inauguraron nuevos locales por el
famoso callejón Conde-Huyo. Al decir de Paredes, menciona que 'estaba llena de
tiendas de abarrotes y algunas bodegas de ínfima categoría'. A esto se sumaba
los burdeles de prostituas que se les llamaba 'peseteras', por el pago de la
sesión, que era ochenta centavos o una peseta. Estas damas se distinguían de
otras por portar un pañuelo rojo en la cabeza. Entre las más conocidas estaban
la negra Betún Kunca, la Chava Rosa, la Carmen Rosa o la Mokha Elena. Otro caso
fue el de las mutinchas, que eran mujeres de alta categoría, entre sus clientes
estaban ministros y presidentes como David Toro o Enrique Peñaranda. Tanto fue
su fama que escritores como Carlos Medinaceli escribieran para la clausura
definitiva de la calle, que lo primordial era la amenaza venerea y “extirpar de
raíz esta clase de negocios ilícitos que comerciando con personas en forma
asquerosa e antihigienica, van propagando diferentes enfermedades sexuales”.
Más
aún, después de varios intentos de clausurar estos espacios, sólo fue ejecutado
cuando remodelaron la plaza Alonso de Mendoza. Entre otras calles y damas se
describe la calle Coroico, con el burdel de “La Blanca y El Lejano Amor”,
frecuentado por prostitutas, homosexuales y lesbianas, regentado por el kjumu
Aramayo; la calle Uchumayo, con la casa de citas de “La Negra Victorina”; la
calle Castro, con las consentidoras, que eran aquellas mujeres que aceptaban que
su casa sea el lugar de encuentro sexuales; la calle Sajama, con sus burdeles en
toda la calle y sus damas como Mamá Grande o la Tuerta Pastora. Entre todas se
menciona al callejón Topater, que tenía dos famosos prostíbulos, que eran, en
ese momento, los más conocidos por la cofradía paceña. Uno de estos fue dirigido
por la chilena Ana Ramirez, quien daba instrucciones y lecciones a sus nuevas
empleadas, para dar una forma más placentera al sexo opuesto. Paredes menciona
que tenía un amante de fina categoría política y literaria; ese fue "Augusto
Céspedes, el famoso y admirado 'Chueco' Céspedes, escritor boliviano de fama
internacional". Con toda la diversión, fama y codicia los prostíbulos tenía a su
manera su fama por características singulares. Pero también, las damas
cumplieron un rol durante los tiempos bélicos: es el caso de la Guerra del
Chaco.
En los primeros meses, los militares abusaban o violaban a varias mujeres de
diferentes etnias, entre ellas los matacos, chulupis o tobas. Pero, por los
contagios con enfermedades venereas, el gobierno de Daniel Salamanca ordenó
llevar al Chaco a mujeres que ejercían su labor sexual. Se crearon tres
regimientos de prostitutas: Luna, para oficiales y subtenientes; Terán, para
suboficiales, sargentos y cabos; y Cabo Juan, para la tropa en general. En
Villamontes, se creó La Casa Blanca, donde la Marihui, la más deseada por la
tropa, sólo daba su cuerpo a aviadores o la Mis Chawaya que daba servicio a
suboficiales y grados superiores. También fue famosa “La Trimotor”, cuya
habilidad era saciar los deseos sexuales con tres hombres a la vez. Fue en esta
época donde se operó el comercio sexual de manera elevada. Con el pasar de los
años, se añadían diferentes reglamentos, Casa de la Tolerancia o Prostitución,
donde se especifica el control higiénico de estas damas y sus sanciones
correspondientes si adquirían alguna venerea. Paredes nos muestra otra historia
oculta de nuestro país, aquella que todavía sigue sin terminar de tejer y que es
momento de abarcar estos momentos que todavía siguen un curso disperso.
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