La Biblioteca Perdida de Julio Méndez
Por Oscar Cordova Sanchez
Consultor educativo y cultural
La situación actual del mercado de libros de segunda mano hizo que mucha gente, con mucha más atención, se detenga en las ferias de libros de segunda mano, libreros y venta en anticuarios; buscando un ejemplar raro o curioso que lleve a entender un tema de la historia del país o del mundo. Sucesos bélicos, personajes públicos, novelas, primeras ediciones o algún folleto con dedicatorias son buenas opciones para los bibliófilos, quienes siempre están a la espera de alguna “nueva reliquia”. Lastimosamente, en muchos casos, uno a veces llega a toparse con nuevos lotes de libros antiguos pertenecientes a un solo dueño. En este caso, casualmente, llegué a encontrar, en un puesto de libros, la biblioteca del cochabambino Julo Méndez (1833-1904).
Ubicada en la ciudad de El Alto, la Feria 16 de julio, desde hace varias décadas, aglomera en un solo trayecto a varios libreros, expertos en seleccionar títulos y autores, con énfasis en libros antiguos en su mayoría del siglo XIX o primeros años del siglo XX, para su venta a precios de acuerdo al interés del comprador. Varias obras de distinta temática están dispersas en tiendas, puestos o en el suelo sobre una tela o plástico exhibiéndose. Para cualquier conocedor de esta ruta del libro viejo, les será familiar las "Rieles", denominativo al perímetro donde se encuentra este sector.
En el trayecto que realizaba hace un mes, un domingo de feria, caminando por esa ruta, me detuve al ver varios libros encuadernados de diferentes colores, tamaños y estilos. Me llamó la atención que estén apilados uno sobre otro, como si fueran bloques de ladrillos y otros amontonados en el suelo por la falta de espacio. Llamar mi atención fue poco. Estaba emocionado de encontrar estos libros empastados y forrados, algunos, con cuero de oveja que datan del siglo XVII o XVIII.
Mientras iba a ver todo este oasis libresco, pude revisar varios títulos y descubrí que el encuadernado de casi todo este stock de libros había sido realizado por el antiguo dueño y, para colocar sello de su propiedad, tenía en el lomo las iniciales "J. Mendez".
Ante este hecho, leí inmediatamente la biografía del antiguo dueño para encontrar algún dato fidedigno. Y lo encontré. No solo era un coleccionista, sino que había sido un intelectual boliviano del siglo XIX, donde participó activamente en las esferas políticas de ese tiempo.
Méndez era conocido por ser un hombre culto y lector profundo de obras. Sus alumnos del colegio de ciencias Sucre de su ciudad natal lo calificaron de Sabio, título con el cual se referían al personaje. Llegando a ser profesor de historia y filosofía, posteriormente, decidió estudiar Derecho y encaminarse en el área diplomática del país. Fue diputado, prefecto, ministro y embajador en distintas etapas y gobiernos. Dejó en varios folletos y columnas de la prensa local e internacional su pensamiento de unidad nacional. Su folleto más famoso y estudiado “Realidad del Equilibrio Hispano Americano y la Neutralización Perpetua de Bolivia” (1874), explica su tesis sobre la ruta comercial de Bolivia, por ser, en un futuro inmediato, la “capital internacional de la América del Sur” y anuncia una futura invasión inminente de Chile sobre nuestro país. Según algunos autores, su biblioteca, junto a la de Nicolás Acosta y Jose Rosendo Gutiérrez, fue la más completa en cuanto a documentación histórica se refiere del siglo XIX. Falleció en 1904, dejando un legado todavía no estudiado; más aún cuando fragmentos de su biblioteca se encuentran dispersos.
Varias cuestiones surgieron en mi cabeza para entender al bibliófilo o guardián del papel antiguo y su obsesión. Determinar su inquietud por comprar ejemplares raros o títulos desconocidos fueron y serán la causa primordial de la venta de bibliotecas.
Según el español Sebastián Gomila en su ensayo “Crisis del libro”, escrito hace casi cien años, comenta sobre la cultura de la simulación intelectual, con marcado ritmo en varios coleccionistas que, ante la falta de lectura y todo método de estudio, “lo hacen las más de las veces, no por vocación, no por ansia de saber, sino para darse pisto, para adornar o llenar sus estanterías”. En efecto, este reclamo analiza la cultura letrada particular como un intento de ascenso social. Este claro ejemplo, aún se vive hoy cuando, en varias oportunidades toca visualizar varios estantes con lomos de cuero y empastados delicados y bien cuidados, sin haber sido leídos y, peor aún, ni siquiera abiertas sus páginas. En cierta manera, el fetichismo bibliófilo tiene algo de bueno y algo de malo. Bueno, por conservar alguna edición u obra y malo, por dejarlo en el asiento eterno de un estante sin siquiera ser tocado después de su compra; no generalizo, pero en su mayoría adquiere ese destino. Otra cosa es hablar de las famosas donaciones a bibliotecas públicas, donde más de un robo de algunas joyas literarias sucedió y sucederá. En buena manera, para restar este desconocimiento de obras, están las digitalizaciones que ayudan a muchos investigadores para casos especiales concernientes a la historia nacional. En nuestro medio se reinicia el afán de conocer nuestro pasado para poder comprender un hecho de acuerdo a la coyuntura de ese momento, una materia autodidacta como esa solo unos cuantos se atreven a tomarla.
En nuestro país uno de los sociólogos más interesados en este análisis y discurso del libro fue Salvador Romero Pittari (1938-2012), quien en sus obras Las Claudinas: libros y sensibilidades a principios de siglo en Bolivia (1998) y El nacimiento del intelectual en Bolivia (2009) dedica amplios capítulos con relación a obras que le llegaron a su biblioteca por los “libreros de la Montes” y “lotes” de intelectuales bolivianos (como el caso de la biblioteca de Bautista Saavedra, un descubrimiento similar al nuestro). En cierta manera, cuando uno conoce ciertos títulos, no deja pasar dos veces la oportunidad para recuperarlos y “nacionalizarlos”.
Volviendo al presente y al lugar del encuentro con las colecciones y tratados, examine cada libro con detenimiento, ubicando el año, autor y título. Motivado por esta información, en pocos segundos estaba visualizando varias famosas obras del pasado
En su mayoría eran libros escritos en francés y alemán. Autores como Ernst Renan, Auguste Comte, Goethe o Humboldt eran exhibidos con todos sus tomos completos. Además, pude apreciar la colección de anuarios de presidentes del país desde Mariano Melgarejo hasta Jose Manuel Pando, siendo en total 14 tomos forrados de color rojo y en un estado demasiado cuidado para estos tiempos. No pudiendo olvidar algunas joyas que identifique como la primera edición traducida al español de los cuatro tomos del “Ensayo político sobre el reino de la Nueva España” (1822) por Alexander von Humbolt, “Histoire Du Consulat” (1865) de Adolphe Thiers, “Littre et le positivisme” (1885) de E. Caro o el inigualable “Les miserables” (1862) de Victor Hugo, el cual solo vi el primer tomo de esa obra. No era parecido a otra colección antes vista, los empastados estaban sumamente cuidados y el forrado y sello daban el toque fino de esta colección. Algunas pocas obras bolivianas como las de Félix Reyes Ortiz, Narciso Campero o Nicolas Acosta pude ubicar, más no otras. Era imposible no encontrar obras en español. Preguntando al librero si existían más libros que había adquirido, me comentó que un domingo antes se llevaban en “sacos” varios lotes de libros. Ahí estaba la respuesta al asunto de los libros en español. La biblioteca de Julio Mendez ya estaba en otras y varias manos.
Para el momento que fui solo ya existían ejemplares de la casa editorial La España Moderna y de F. Sempere. No fueron muchos, pero mantienen en el lomo las siglas características. Ante este suceso, mientras conversaba sobre estos hallazgos con varios investigadores, coleccionistas y escritores, rápidamente fueron al lugar para poder obtener un pedazo de esa biblioteca del siglo XIX.
Al terminar el recorrido y haber leído varios títulos que siguen esperando un nuevo dueño, pude hacerme varias preguntas del porqué varias familias descendientes se deshacían de estas colecciones. Muchos factores encontrados. Algunos justificados, otros no. No era algo fuera de lo común encontrar bibliotecas en las manos de libreros, lo raro fue encontrar una colección completa. Después de todo, lo interesante y positivo es que estas obras iban a ser valoradas por el futuro dueño, continuando con la tradición tan exquisita de encontrar obras raras o curiosas.
La biblioteca de Julio Méndez se adhiere al corpus de libros dispersos y desaparecidos como los de Belisario Díaz Romero, Enrique Finot, Ismael Sotomayor, Enrique Condarco o Gustavo Adolfo Otero.