lunes, 25 de mayo de 2020

ANTONIO PAREDES CANDIA Y SU VISIÓN SOBRE LOS CURAS

ANTONIO PAREDES CANDIA Y SU VISIÓN SOBRE LOS CURAS

Escrito por Oscar Cordova Sanchez
En el año 1975 se lanzaba al mercado la segunda edición del libro titulado “Cuentos de Curas” del escritor Antonio Paredes Candía (1924-2004) éste libro que en realidad son relatos y anécdotas, formó parte de la colección “Folklore Secreto” que incluía algunos libros como “Urdimalis en Tarija” de Víctor Vara Reyes o “La picardía en el Cancionero Popular” de la editorial ISLA, que Paredes era editor y fundador. 
El pequeño libro publicado por primera vez en 1972 contiene algunas anécdotas sobre las condiciones negativas de ciertos sacerdotes que sólo en misa muestran la fe y bondad. Posteriormente el libro fue corregido y aumentado con algunos “dichos” de estos sujetos, mostrando su condición de cometer pecados y engañando a la población en su prédica, rectitud y honestidad. Los aspectos que toma Paredes Candia sobre estos personajes fue en su influencia desde los tiempos coloniales y la manera de conseguir feligreses atribuyendo la salvación a través de los mandatos de Dios. 
En la segunda edición habla de tan singular personaje vestido con una sotana y con la biblia en la mano de una manera humorística, sarcástica y reprobable sobre su vida.  Amartelado por el deseo sexual y atraído por esposas, cholitas y fieles devotas de la prédica en la Iglesia que eran la diversión de curas, sacristanes y diáconos. 
A decir del autor del libro, el significado de publicarlo tuvo por “finalidad e enriquecer nuestra magra bibliografía del género picaresco, y también por que la literatura oral condimentada al modo nacional, tal cual las viandas paisanas, no se pierdan en el injusto olvido”. Paredes justifica menester sacar a luz los retoques que hombres de sotana sacudieron no solo las mentes de sus fieles seguidores, sino las piernas de alguna cholita, allá en el vasto territorio nacional. 
En su “Noticula” al inicio del libro menciona algunos curas famosos por sus apetitos sexuales con varias mujeres sean casadas, adolescentes o ancianas.  Es el caso de la deidad aparecida en la época colonial llamada “Kharisiri” que es un “fraile franciscano que lleva una campanilla y una cajita con afilados cuchillos. Se presenta en los caminos a los viajeros que descuidadamente quedan dormidos, para después aprovechando el sueño de los incautos, sacarles la grasa humana del costado izquierdo y cerrarles la herida en forma invisible”. No solo las supersticiones influyeron en la manera negativa hacia los curas, fueron también otras como la costumbre de depositar ocho días o más de tres meses en las parroquias a las mujeres de los indígenas para su adoctrinamiento en la fe católica; este hecho fue común a principios de la naciente República de Bolivia. 
Poco a poco la tradición oral de nuestro país se fue llenando de cuentos, anécdotas, dichos y misterios sobre la dirección del Clero y su función en la administración económica de ciertas regiones, sus deseos carnales y sus “curaj wawa” que se denominaba al hijo de un matrimonio indígena cuya esposa tuvo “contacto” con algún cura. 
Paredes menciona dos personajes famosos del clero que en Bolivia hicieron sus fechorías y fantasías a la par que su vida privada rondaba por las lenguas de la población. El primero, un Obispo de la ciudad de La Paz que todas las noches tocaba la puerta de las monjas de claustro para dormir y “obligando que le alegraran la velada dando cantos y danzas non sanctas”. El segundo caso fue el cochabambino padre Pozo que fue “trovador, guitarrero, con amores de marinero, en cada cuadra una mujer”, fue tanto su descaro que el propio obispo de ese entonces, monseñor Pierini, suspendió las licencias del padre Pozo para celebrar misas.
El libro consta de 29 relatos sobre la vida de ciertos curas, todos sin mencionar su nombre, en diferentes partes de Bolivia. Estos relatos mayormente son de Cochabamba y La Paz, aunque no tiene fecha la mayoría de cuando se produjo. En la segunda edición se aumentó algunos con fecha entre 1972 y 1974. 
Todos constituidos con el título “Donde se cuenta…” tiene en su contenido pequeños rasgos de los pecados en que incurren estos personajes. Los relatos se centran en temas como: la pasión carnal por la mujer, los hijos adoptados, hipocresía sobre la sociedad de ese entonces y el encubrimiento de abusos hacía la esposa del Sacristán. Uno que podemos nombrar es el relato “Donde se cuenta de los ardides de que se valió el sacristán para confesar al señor cura” por su tono humorístico y sarcástico, que tiene que ver entre la mentira, la ironía y el silencio parroquial de sus pecados. Lo reproducimos a continuación:
“Era un sacristán en vaciar el cepillo. El dinero de las limosnas recorría de las manos de los feligreses a la alcancía y de esta a los bolsillos del ayudante. Cansado el Tatacura de no recoger un solo centavo, un día llamó al sacristán, y muy serio le dijo:
- Hijo mío, hace mucho tiempo que no cumples con el sagrado mandamiento de la confesión, arrodíllate. El sacristán temeroso se acercó al confesionario y escuchó atento las primeras preguntas que el sacerdote le hacía:
- Hijo mío, tu sabes ¿quién roba el dinero de las alcancías? – repitió el sacerdote en vista de que el confesado no daba muestras de vida. Después de una pausa larga, larga, repuso el sacristán:
- No se oye Tata…
El cura repitió varias veces la misma pregunta, obteniendo como única respuesta: “no se oye Tata”. El confesor, picado de curiosidad le dijo:
- “¡Cómo no se va a oír!”, hagamos lo siguiente, tú entra al confesionario y habla para que me convenza si realmente no se oye. El sacristán entro al confesionario y desde adentro le preguntó al cura:
-Sabe usted Reverendo ¿Quién fornica a la mujer del sacristán de la iglesia cuando éste va a cumplir los mandados de su Reverencia?
- ¡Ah! Caramba – exclamó aturdido el párroco – tienes razón hijo mío, no había sabido oírse. Y lo absolvió”.
Mientras que otros de los relatos enmarcados en el libro son muy directos y muestran al ser degenerado, morboso y abusivo, antes que al cura bondadoso y recto; pero que al final cae por las desgracias de la lascivia, como en el relato “Donde se cuenta  lo acontecido a un cura aprovechador y a una confesante ingenua”, reproducimos el texto que difiere mucho del anterior:
“Era un curita fullero capaz de limpiar el sable veinte veces al día y quedar como si estuviera en ayunas. Oportunidades no le faltaban y él tampoco las desechaba.
Un día ocurrió lo siguiente: se acercó al confesionario una guapa hija de Eva, que de la cintura para abajo tenía más opulencia que de la cintura para arriba, o sea que era hembrota al izquierdo y al derecho. Se arrodilló frente al confesionario y después de las oraciones rituales empezó a musitar: 
- Padre, he pecado muy feo, padre.
- ¿Cómo es eso hija? - preguntó el cura.
- Es una cosa muy fea que me ha hecho mi primo fulano.
- ¡Ay hija, ay hija!- habló el Padre, y con  el pretexto de averiguar el pecado que no se atrevía a confesar la mujer, la condujo a la sacristía. 
- Allí es más fácil que confiese hija - le dijo en actitud de no dar importancia a lo que había escuchado. La mujer, llorosa, le siguió al curita pendejo. Ya dentro de la sacristía el cura la atrajo hacia un estrado antiguo y abrazándola le preguntó:
- ¿Así te ha hecho?
- Algo más feo, Padre.
La besó apasionadamente y le preguntó en tono almibarado:
-¿Entonces así?
-Peor, Padre. 
El cura aprovechó el momento para desnudarla. Cuando la tuvo desnuda empezó a acariciarla golosamente y poseerla en diferentes poses sexuales, pero después de cada una, la respuesta a la pregunta, siempre era la misma: -Algo más feo, Padre. 
Cansado de poseerla y de haber hecho con ella todo lo que la imagen lasciva ha inventado, ya con fastidio le preguntó.
-Ya hecho todo lo que podía haberte hecho tu tal primo y a todos respondes: “algo más feo, Padre”. Entonces ¿Qué te ha hecho ese perillán? Y la mujer, blanqueando los ojos, le respondió en tono compungido:
-Me ha contagiado una gonorrea y una sífilis, ¡tremendas!, Padre. El curita al escuchar esa confesión de hora nona, se desplomó de espaldas”. (Recogido en la ciudad de La Paz, 1972).
Es así que vemos que la cómplice también acá es la mujer, que a sabiendas de los hechos, aún sigue la corriente al cura que se corrompe y la usa como objeto de deseo sexual. Son estos relatos que muestran la sociedad que en ese tiempo a ocultas decía las calamidades de estos hombres de “bien” y que no todos cumplían con la ley de la castidad; con el propósito primero de sacar sonrisas con estas anécdotas y después tomarlas con seriedad si vemos que aún hoy en día se siguen practicando esta clase de acciones que la única demanda que tienen es la queja y no la denuncia sobre hechos de acoso y abuso hacia la mujer. Al fin y cabo es nuestra sociedad quien juzgará al autor de este libro si fue bueno o no contar anécdotas y relatos sobre los servidores de la Iglesia. 
A diferencia de otras novelas y cuentos bolivianos donde el cura cumple un rol menor, se muestra de manera burlona y real al mismo tiempo. Novelas como “Yanakuna” de Jesús Lara o el “Tata Limachi” de Raúl Botelho Gosálvez  muestran al personaje maligno del ambiente altiplánico y predicador de su ideología en el nombre de Dios, en cambio en “Juan de la Rosa” de Nataniel Aguirre o “Raza de Bronce” de Alcides Arguedas muestra al cura de la época colonial y de provincia respectivamente.
Paredes Candía no solo enmarcó en este territorio lleno de sátira y realidad a los curas, sino también a políticos, policías, abogados y militares que a la sazón describió la otra cara de estos personajes al igual que de los seguidores de la iglesia católica. 
Nos muestra este libro la denuncia que Paredes Candia realiza de manera sarcástica y de humor, a los hechos que pasan desapercibidos de ciertos hombres, que sacian su sed carnal abusando del poder que tienen.

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