domingo, 17 de mayo de 2020

LA FIGURA CÍVICA DE ANTONIO GONZÁLEZ BRAVO

LA FIGURA CÍVICA DE ANTONIO GONZÁLEZ BRAVO



Por Oscar Cordova Sanchez

Recto, decidido, noble y sobre todo un hombre ejemplar. Ese fue don Antonio González Bravo, era de esas personas que poco se encontraban y todos admiraban; la felicidad que sostenía hasta sus últimos días fue su principal característica y un orgullo que mantenía por sobre todo al hablar de su tierra que le enseñó el camino virtuoso de la música, más aún, después de obtener cargos altos en instituciones siguió siendo el mismo. 
Mirando el horizonte a lo lejos, la historia no fue buena con Antonio, después de su fallecimiento sus obras hubieran cobrado un insurgente valor si éstas fueran publicadas y recopiladas a partir de sus investigaciones sobre la música, instrumentos y danzas aymaras. Don Antonio sonríe eternamente, más aún, al ver que su legado aparece de a poco por jóvenes curiosos por la musicología indígena, una melodía que la muerte no morderá ni en su más mínima intención. 
Nació en Laja, aquella primera localidad donde el capitán español Alonso de Mendoza fundó Nuestra Señora de La Paz en 1548, después se trasladó a aquella hoyada  envuelta en cerros y al cuidado del Illimani, el lugar era el valle de Chuquiago que pronto se expandirá y cobraría un gran valor a través de los años venideros. 
El año que nació fue en 1885, año en que ya funcionaba la pujante talla de Gregorio Pacheco como presidente y la sugerente ideología comandada por Eliodoro Camacho, era de esperarse un ambiente incómodo para los conservadores que no veían muy bien a los liberalistas y su pensamiento sobre la libertad de culto. 
El pequeño Antonio vivió en Laja con su querida madre Clara Bravo, impulsado por la curiosidad que pregona a los primeros años, se internó en las visitas que hacía a Llajsawanka, fabricante de guitarras y charangos, que vivía a una legua de Laja. Antonio como todo infante aventurero iba a ver como los fabricaba hasta su comunidad en Kantuyo. La rutina se hacía el último día de la semana. Un domingo cualquiera el hombre al ver al niño lo vio con la mirada paternal, un signo que a muchos les pasa llegado a la tercera edad, ofreciendo al pequeño Antonio un instrumento a mitad del precio del que lo vendía. Antonio con sus 9 años y con la bondad eterna que la madre da a su hijo le regaló su primer instrumento, éste era un bello violín hecho de una madera excelente y bien lijada. Se empezaba a definir y mostrar el talento de Antonio. 

Como no había quién le enseñe, iba donde el párroco de la iglesia quien enseñaba algunos ejercicios musicales. Esto fue muy importante por la genialidad que mezclaba los ritmos aprendidos con las melodías que escuchaba de su entorno, en fiestas, ferias y bailes que se hacían en Laja. Una manera de guardar esos sonidos y ritmos en su cabeza para recuperar aquella tradición que todavía no estaba detalladamente explicada.
La idea del cambio de ciudad, su forma de afrontar nuevos horizontes y de madurar en su vocación para que obtenga un título profesional le obligó a venir a la ciudad de La Paz. 
A sus 14 años se fue de su tierra que le había dado la oportunidad de creer en sí mismo, fortalecido por la riqueza musical que ya ostentaba. Se despidió de su mamá en llanto y fue a vivir en la casa de sus parientes ubicado en la calle Murillo en la ciudad de La Paz. 
Estudió en el colegio Seminario y se graduó de bachiller, obteniendo su título otorgado por la Universidad Mayor de San Andrés en Música y Gimnasia Rítmica, posteriormente completó estos estudios obteniendo su Diploma de Profesor de Educación Física del Instituto Superior de Educación Física de La Paz. Sus dotes en conocimientos en ámbitos artísticos y pedagógicos lo llevaron a fundar en 1921 el "Círculo Artístico Infantil". Entre las promesas futuras que estuvieron fueron los infantes Yolanda Bedregal y Walter Montenegro. Posteriormente llevando su carácter cívico en la enseñanza musical a sus estudiantes, se le confirió ser Director del Conservatorio de Música, institución musical fundada en 1908 en el gobierno de Ismael Montes,sintiendo una alegría que el niño que fue alguna vez vivía aún dentro de Antonio se lucía ahora como director del Conservatorio, enseñando con disciplina y aportando el grano de arena a la formación y creación musical en Bolivia. 
Con más de 40 años sus estudios sobre música autóctona seguían, en su mayoría, inéditos. No había el sustento económico suficiente para costear un libro, sabiendo que su sueldo como profesor no era lo que realmente merecía.
"La lengua aymara, para mí, constituye un mundo, puesto que encierra todo lo espiritual y es expresión de lo material", explicaba don Antonio que valoraba este idioma.
Dictando sus clases a sus alumnos contaba anécdotas que le ocurrieron en Laja, sobre las canciones que escuchaba y que interpretación les daba. Era querido y un mentor para ellos. 

Si no fueron libros los que publicaba, fueron sus investigaciones que se publicaron en revistas como Khana e Inti y sólo unas pocas en el periódico El Diario; pero fue más la difusión por la revista Khana, que puso más interés en las investigaciones de don Antonio, aquella revista que difundía el trabajo de hombres y mujeres que cultivaban las artes plásticas y literarias.
En 1936 mostrando el reflejo del país le motivó a realizar algunos poemas en aymara, que dominaba totalmente; poemas como ser Kotachi (Lacustre), Umttaña (Brindis) o Karwani (Llamero) fueron fuente de inspiración pura. 
Era un hombre que admiraba la naturaleza en su totalidad, y bajo esos influjos fue que recopiló más de 2000 melodías autóctonas en sus más de 40 años de trabajo; no era por mucha amnesia de la población que la mayoría de sus escritos fueron a parar a algún rincón del olvido  y su total desaparición física.
Algo destacable, es que sintió el alma indígena en la manera que transmitía sus tristezas y penas, algo que estudio por mucho tiempo. Su educación y pensamiento fue influyente siendo profesor de Arte Musical en la Escuela de Warisata en 1933. 
Gamaliel Churata, escritor peruano, dijo de don Antonio: "Es Antonio González Bravo un hombre noble, rectilíneo, y elevado espíritu, abre una perspectiva ilimitada al poema heroico, didascálico y epopéyico en el cual, algún día cantará el poeta indio la grandeza mosaica de la tierra americana".
Años después se centró nuevamente en la enseñanza pedagógica en la ciudad de La Paz y fue Vocal de Música del Consejo Municipal de Cultura de La Paz. 
En los años 50s, la admiración e investigación por la traducción de la lengua aymara le valió para traducir la Declaración Universal de Derechos Humanos, publicada en 1948. Escribió entre otras obras “Detalle de la fabricación de algunos instrumentos indígenas” (1946), “Veinte Canciones de Navidad” (1953). 
La grandeza y humildad perforaron el alma de don Antonio para quedarse e irse con él. Siendo anciano mantuvo su sonrisa y alegría mezclada con la simpatía que transmitía al hablar. 
Sus últimos días no fueron sino tranquilos, así como su vida pasó sin ningún problema de tinte político. Murió de un fallo cardíaco en mayo de 1962 a sus 77 años de edad. Se fue de éste mundo aquel niño que escuchó las melodías telúricas de nuestro entorno.

Bibliografía
Paredes-Candia, A. (1967). La vida ejemplar de Antonio González Bravo. (1a.ed.). La Paz, Bolivia: Ediciones Isla
Patiño, B.(1987). Breve Historia Musical de Bolivia. (1a.ed.). La Paz, Bolivia: Editorial Don Bosco.

2 comentarios:

  1. Qué hermosa historia de un profesor que vivió en Warisata enseñando a los niños y comunarios y dejó un legado que hasta resuena cada 2 de agosto. Queda una banda de instrumentos nativos que interpreta el Himno a Warisata creación de Antonio Gonzales Bravo.

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  2. La Lírica en Warisata, 6 Canciones aymaras, 1934. Notas musicales de puño y letra de Antonio Gonzáles Bravo. En el libro de Warisata Mía de Carlos Salazar Mostajo pág. 273:
    Marcha de los Cóndores, 277. Illampu - Chiriguano. Kalatakkaya, Warikkasaya Pallapalla, 283. Kori Pilpintu-Karwani, Jaypu Ururi Warawa - Mucululo.287

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